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Torá en Español

Old Hebrew Prayer Book

Rosh Hashaná

La firma

Recuerdo la primera vez que experimenté alguna sensación de soledad.

Habré tenido seis o siete años cuando pedí a mis padres que me revelen mi firma. En mi ingenuidad supuse que todo chico venía con una firma desde su vientre materno, pero mis padres me vacunaron contra la inocencia y me dijeron: ‘La firma, Gustavo, es algo tuyo. Nosotros no la conocemos’.

Hay momentos decisivos en la vida, en los que nos quedamos indefectiblemente solos; y no porque no tengamos seres amados que nos acompañen, sino porque hay decisiones en la vida, que deben ser tomadas en la intimidad, en ese diálogo interno.

Hoy es un día en el que estamos solos. Curioso...porque la sinagoga está colmada.

A la hora de reconocer nuestros desaciertos y exteriorizar nuestra vergüenza en estos Iamim Noraim, sólo hallaremos consuelo al saber que aquel que está parado a nuestro lado, también se halla sólo en su capacidad de equivocarse y de avergonzarse.

Nuestra sentencia estará sellada al final de estos días, pero Di-s no se sentirá sólo a la hora de elegir Su firma; éso nos ocurre sólo a los humanos.

Somos nosotros los que contribuiremos en esta rúbrica, tal como dijera Rabí Itzjak en el Tratado de Rosh haShaná (16b): Cuatro cosas cancelan la sentencia del hombre –o sea: Cuatro cosas alteran el veredicto divino- y éstas son: La tzedaká, la súplica, el cambio del nombre y el cambio de conducta.

Esa firma -la de arriba, la que sellará la sentencia- también es algo nuestro, y nadie nos la puede enseñar. Sólo nosotros la conocemos...

Hoy estamos solos, y por éso es que somos tantos. Vinimos a hacernos compañía en nuestra soledad.

Pocas culpas –tal como dijera en una oportunidad el pensador judío Richard Rubinstein- son tan arduas de soportar como el sentimiento de que el individuo, en su transgresión, se halla totalmente aislado de sus pares.

Y esta soledad existencial que se experimenta en estos días nos iguala a todos.

Un pequeño relato cuenta acerca de dos judíos adinerados que en los Iamim Noraim golpeaban sus pechos en señal de penitencia.

Golpeaban incesantemente, hasta que al dar vuelta su mirada observaron en el fondo de la sinagoga a un humilde judío que también golpeaba devotamente su corazón.

Estos dos judíos se miraron azorados y uno dijo al otro con desprecio:
‘Mira a ese pobre inféliz ahí al fondo...cree que el también es un pecador’.

Hoy estamos todos aquí, frente a Di-s, tal como leemos en Parashat Nitzavim. Ricos y pobres, intelectuales e iletrados, jovenes y ancianos.

Como ovejas pasando bajo el cayado del pastor, así somos nosotros en estos días terribles.

Los Iamim Noraim, se parecen en cierto modo, a un avión que sufre un desperfecto en pleno vuelo. El miedo iguala a todos, a los de la primera, a los de la clase turista e incluso a los pilotos. Y la razón es que ninguno de ellos sabe qué ocurrirá con su vida.

Quién vivirá y quién morirá, quién gozará de quietud y quién sufrirá por la angustia, quién empobrecerá y quién enriquecerá.

Hoy estamos todos aquí, frente a Di-s.

Quien ha robado y estafado, hoy está aquí frente a Di-s.
Quien maltrata a su mujer, a su marido a sus padres o a sus hijos, hoy está aquí frente a Di-s.
Quien sistématicamente dá la espalda a Di-s, hoy también –vaya paradoja- está frente Suyo.

La sinagoga nos ha abierto la puerta a todos porque -tal como dijera alguna vez el Rabino Harold Kushner- una sinagoga que reciba solamente a santos, sería similar a un hospital que sólo atienda a gente sana.

Ashivenu Adonai eleja venashuva, jadesh iamenu kekedem.

Elevemos nuestras voces en estos Iamim Noraim, para poder sentir siempre Sus ojos posados sobre nuestras espaldas, para hallar la senda hacia un arrepentimiento sincero, y hallar compañía en la vergüenza y la soledad que nos embarga en estas fechas.

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